lunes, 4 de octubre de 2010

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La bicicleta: la Única amenaza


En ningún sitio elegante  o  full “fashion” permiten entrar  a una bicicleta, quizás  a un ciclista, hablamos de Centros Comerciales con atmosfera artificial o clubes con gente que por hablar castellano juran ser descendientes de Isabel “la católica” y claro primos de Juan Carlos.Alli hay gente tolerante con cualquier estravagancia, menos con una bicicleta y por estas razones si penetra un rinoceronte amaestrado, a nadie le importa mucho. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo y el vehiculo es expulsado con violencia a la calle  mientras el ciclista es humillado fervorosamente por los vigilantes o vigilantas.
Para una bicicleta, ese aparato dócil y de conducta en extremo modesta, constituye una humillación y burla la presencia de avisos altaneros que la detienen en las puertas de las murallas cristalizadas de la arrogancia. Se sabe que las bicicletas han tratado  por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra “está prohibido entrar con bicicletas “.Algunos agregan “y gente que se queje de lo precios”, lo cual duplica en  las bicicletas y en los pobres su complejo de inferioridad. Un perro con linaje, una tortuga y hasta un conejo, pueden en principio entrar en el Sambil o el Palacio de Justicia, sin ocasionar más que sorpresas, gran encanto en el salom de Informática  o  lo sumo una orden a “seguridad” para que procedan a expulsar a los intrusos. Esto ultimo puede suceder pero no es humillante, primero, porque solo constituye una probabilidad entre muchas y segundo porque  nace como efecto de una causa  y no de una maquinación preestablecida  por la industria automovilística, la misma que destripó los trenes  y horrendamente imprime en chapas de aluminio o bronce, tablas de la ley inexorable, discriminaciones  que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡cuidado, gerentes automovilísticos! también las rosas son ingenuas y dulces pero hieren. No ocurra que las bicicletas amanezcan  un día cubiertas de espinas; que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías aseguradoras de automóviles,  generando una baja general de acciones  y depresiones letales en sus dueños bajo la mirada perpleja de sus contratistas de seguridad.  

                               (a los 96 años de Julio Cortazar, gran ciclista)

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